La maternidad es un viaje que nos transforma.
Pero a veces ese viaje se hace en soledad.
Vivimos en una cultura que exalta la autosuficiencia y esconde la vulnerabilidad.
Una cultura que empuja a las madres a sostenerlo todo, a hacerlo bien, a hacerlo solas…
Como si necesitar fuera un fallo, en lugar de una verdad humana.
Pero maternar no estaba pensado para vivirse en aislamiento.
Volver a lo compartido
Durante generaciones, las mujeres criaban en comunidad.
Había brazos para sostener, oídos para escuchar, palabras que calmaban.
Hoy, muchas madres maternan a puerta cerrada, con un nudo en el pecho y el cansancio en la piel.
Y aunque estemos hiperconectadas digitalmente, emocionalmente… muchas veces estamos solas. La tribu no es un lujo. Es un sistema nervioso colectivo.
Es red, es eco, es regulación emocional en forma de presencia.
Lo que la tribu permite
En tribu, las lágrimas se normalizan.
La duda encuentra consuelo.
La culpa se alivia.
Y las historias que nos contamos solas —“no soy suficiente”, “algo estoy haciendo mal”— empiezan a cambiar.
Porque cuando alguien te mira y te dice “a mí también me pasa”…
se abre espacio para respirar.
Se abre un lugar interno donde sentirse válida, sostenida, acompañada.
Crear tribu no es solo estar con otras
Crear tribu es elegir la calidad del vínculo.
Es tejer un espacio donde:
- Puedo hablar sin ser corregida.
- Puedo compartir sin ser juzgada.
- Puedo ser madre, pero también mujer, persona, cuerpo, emoción.
Crear tribu es un acto de reparación vincular.
Una forma de romper la cadena de silencios que muchas hemos heredado.
Una red que sostiene lo esencial
En mi trabajo, veo una y otra vez cómo cambia la experiencia de la maternidad cuando hay otras mujeres presentes.
No para dar soluciones.
Sino para mirar con ternura.
Para escuchar con el corazón abierto.
Para recordarnos que no estamos solas, que no hay que hacerlo perfecto, que el vínculo también se construye entre adultas.
Porque lo que somos capaces de dar a nuestras criaturas está profundamente ligado a lo que hemos recibido —o a lo que decidimos ofrecernos ahora— como adultas.
Si no la encuentras, puedes empezar por crearla
A veces la tribu no está hecha… y toca sembrarla.
A veces empieza por un taller, por una conversación honesta, por atreverte a mostrarte.
Y a veces, empieza por ti.
Porque al cuidar del vínculo contigo, abres el camino para vínculos más seguros con los demás.
Crear tribu es más que reunir madres.
Es volver a habitar el cuidado compartido.
Es tejer una nueva forma de estar en el mundo: más conectada, más viva, más real.
Y si sientes que algo en ti pide ese espacio…
Bienvenida.
Aquí hay lugar para ti.